lunes, 2 de septiembre de 2019

El aporte judío a la cultura del pan andino

El aporte judío a la cultura del pan andino

OPINIÓN

L os tachirenses sabemos cuál es el obsequio perfecto cuando vamos a visitar a familiares y amigos en la capital. “¡No te olvides del pan!” es un seguro recordatorio, y es que la calidad del pan de estas tierras andinas es reconocida en todo el país.
Pero lo que muchos ignoran es que la cultura del pan andino tiene una inmanente influencia judía; así lo certifica el historiador de la Universidad de Los Andes-Táchira, Temístocles Salazar, a quien esa prestigiosa casa de estudios ha aprobado una línea de investigación con la que prevé visibilizar “el protagonismo [judío] como sujeto histórico en la construcción de la identidad tachirense”. Algunos de mis artículos para NMI tienen su base histórica en dicha investigación, contextualizada con el conocimiento que como miembro de la comunidad judía tachirense nos han legado nuestros antepasados.
Es bueno recordar que el pan prehispánico de la región lo constituía la masa de maíz que resultó en la arepa, que era entonces, y aún hoy, el alimento más accesible a la población de la zona. Con la fundación de la Villa de San Cristóbal llega el trigo de la mano de sus precursores españoles, entre los que se cuentan algunos de origen sefardí provenientes del corregimiento de Pamplona, quienes desarrollaron sembradíos en las montañas de la zona andina. El pan de entonces era muy básico y sólido, y no tuvo importantes variaciones hasta el siglo XVIII.
Entre los siglos XVIII y XIX hubo una importante inmigración europea, que sin duda ayudó a mejorar la incipiente producción panadera; de estos nuevos inmigrantes unos cuantos eran judíos, que preferían obviar su condición y mantener solo la de su país de origen para evitar la discriminación.
Por otra parte, recuerda el historiador que, en 1830, la Sociedad Económica Amigos del País confió a sus socios Zacarías Hoffman y John Anderson la tarea de asesorar y promover el cultivo de trigo en Venezuela, lo que se logró progresivamente en las montañas andinas, que fue la zona del país de mayor producción hasta 1925. Había importantes plantaciones en El Cobre, Mesa de Aura y Capacho, y otras de menor dimensión en Queniquea y Delicias.
Para el año 1897 había unos 25 molinos produciendo harina de trigo en Táchira y otros 57 en Mérida. No obstante; la demanda superaba la oferta. Temístocles Salazar expresa que en 1900 había 38 consignatarios que comercializaban trigo importado para satisfacer la necesidad creciente de los tachirenses, muchos de ellos europeos o descendientes de estos acostumbrados al pan, y entre ellos los hebreos provenientes del viejo continente.
Para 1941 se despacharon desde la estación ferrocarrilera Táchira diez toneladas de harina de trigo; entre las casas mercantiles figuraban varias con socios o dueños judíos, tales como Tito Abbo y Cia, Beckman y Cia, Rafael Sansón, Curacao Trade Company, entre otros. Esto estimuló la producción y consumo del pan.
Es importante resaltar que el pan es la comida principal y esencial en la cultura hebrea, toda familia se aprovisiona el viernes bien temprano de jalá, el pan de la ofrenda, con el cual recibirá el Shabat (día de descanso). Este es un mandamiento contenido en Números 15:20-21: “De la primicia de las masas, una hogaza debes de separar (jalá).... para ofrecer ante el Eterno, la cual será ofrendada por todas tus generaciones”. Por tanto, cuando la masa está lista se separa una porción del resto, la cual generalmente se quema; antes de comer el pan se recita la bendición “Bendito eres Tú, Eterno, Dios nuestro, soberano del universo, que extraes el pan de la tierra”.
El pan jalá se elabora en forma de trenza, y sus ingredientes son huevos, harina de cualquiera de los cinco cereales que hay en Israel (trigo, avena, centeno, cebada y espelta), azúcar y agua.
Los judíos en los Andes venezolanos celebraban Shabat y las demás festividades en el ámbito privado, conocedores como eran de los prejuicios de la época; otros, por ser conversos o por asimilarse contrayendo nupcias con mujeres locales, mantenían las tradiciones, pero se iba mezclando la esencia religiosa hebrea con la católica.
Los panaderos locales sustituyeron el azúcar por la panela, más asequible en ese entonces; luego estos artesanos desarrollaron la técnica de la talvina, el fermento base del pan andino, que se elabora con guarapo fermentado de panela (papelón), trigo y agua.
Con el pasar de los años el pan de la ofrenda o jalá derivó en el famoso pan clineja o trenzado, y el aporte amalgamado de las diferentes culturas produjo los panes andinos: de trigo, de avena, integral, de dulce de leche, entre otros.
Ahora como antaño, en los hogares tachirenses se privilegia el consumo de pan; incluso en el campo se conserva el hábito de mantener sobre la mesa panes o arepas cubiertas con un pedazo de tela blanca, emulando la usanza hebrea de colocar un lienzo blanco sobre el pan antes de bendecir el vino. Como diría Salazar, “el Táchira sabe a pan gracias a la judeidad”.

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