domingo, 25 de agosto de 2019

Como Recuperar el Propósito y Renovar el Compromiso con las Sinagogas

Como Recuperar el Propósito y Renovar el Compromiso con las Sinagogas

En los últimos años importantes rabinos y académicos judíos se han dedicado a escribir artículos y libros sobre lo que se denomina en inglés “Synagogue Engagement”, literalmente “el compromiso con la sinagoga”. Este término puesto así puede sonar frío o distante y sin embargo se enfoca en una de las cosas más importantes de la experiencia y existencia milenaria judía: como comprometer a los judíos con el lugar y el espacio tradicional de unión más importante de los últimos 2000 años de historia judía. El compromiso con la sinagoga significa entender la importancia de vivir una vida judía con toda su plenitud. El propósito de la sinagoga es hacer más significativo el día a día judío y al mismo tiempo seguir soñando con la continuidad y prosperidad de aquello que amamos y rezamos poder continuarlo con y en las siguientes generaciones.
Obviamente este es un tema central para el pueblo judío. Estamos refiriéndonos al espacio en el cual la vida judía es celebrada, el estudio sagrado es reafirmado, los valores y formas judías de vivir la vida son transmitidos. Donde quienes entienden a otro judío vendrán a bailar cuando haya motivos para festejar y abrazarse en silencio cuando haya duelo y dolor que acompañar. Es el lugar donde aprendemos a contemplar el misterio. El lugar donde nuestros hijos aprenden con nosotros por qué ser judíos y cuidar nuestro legado. Es donde escuchamos la música que nos emociona uniéndonos con judíos de otros tiempos y lugares en un Kol Nidre y un Avinu Malkeinu. Es uno de los pocos espacios que quedan donde personas de distintas edades y muy diferentes situaciones de vida pueden sentarse a discutir un texto ancestral, escuchar la lectura de la Tora, unirse en silencio durante Shabat, disfrazarse en Purim, bailar con la Tora en Simjat Tora, ayunar juntos en Iom Kipur. Rezar por algo en común sin importar toda su diversidad y aprender más sobre ellos mismos y la vida misma. Es el lugar donde se aprende a convivir y celebrar la dignidad de la diferencia rezando y debatiendo incluso con otros judíos que piensan diferente a uno mismo. Quizás sea el lugar donde uno conoce el amor de su vida. Es dónde uno puede comprender quién es, cuál es su historia, de dónde viene y hacia dónde va su destino. Es dónde los seres más queridos de uno son recordados cada año en su Iortzeit conmemorando su legado y la razón por la cual uno está sentado allí escuchando y rememorando quienes lo trajeron al mundo y preocupado porque esta historia que recibió de sus padres y abuelos se transmita a sus hijos y nietos.
Así y todo, si es tan claro que es un tema tan importante, ¿por qué han estado dedicándole tanto tiempo y pensamiento los líderes judíos con tanta urgencia? La respuesta es dura de aceptar: muchas sinagogas han estado atravesando un declive importante. Se encuentran vacías y el dinero no es el problema sino algo mucho más grave: la ausencia de un propósito, la falta de motivación y la pérdida de fe. Como Ron Wolfson explica en su libro Relational Judaism, no es que el judaísmo está en crisis sino que las instituciones judías (especialmente las sinagogas) son las que están en crisis. El judaísmo es eterno e infinito. Las Sinagogas pueden desaparecer dentro del espectro finito si no empiezan a pensarse a sí mismas con un significado y propósito tan infinito como el judaísmo mismo. ¿Cómo podemos revertir o al menos comenzar a dialogar diferente sobre este tema con el fin de reubicar a la Sinagoga en ese espacio de propósito infinito que ha tenido por los últimos 2000 años?

El error: confundir propósitos con medios e historias de alma por historias de ego

Al comienzo de su libro “Dios en la búsqueda del hombre” Heschel deja en claro que si la vida religiosa judía está perdiendo fuerza frente a otras formas de vivir la vida en la modernidad, la responsabilidad de remediar esto tiene que surgir desde el judaísmo mismo. Si el judaísmo es parte del problema entonces debe ser parte de la solución. Si los judíos optan por pasar un Viernes comiendo sushi en casa y viendo Netflix en lugar de rezar en comunidad y compartir una mesa de Shabat no podemos enojarnos con el chef del restaurant japonés ni culpar a Netflix de ser más entretenido que Shabat. Al fin de cuentas, Shabat y la Sinagoga tienen que recuperar su sentido profundo. Pero es muy importante entender que ni la sinagoga ni el Shabat son formas de “entretenimiento” alternativo al sushi y Netflix. No son competidores reales. La Sinagoga es el espacio para vivir momentos sagrados y compartir kedusha (santidad). En la Sinagoga, Shabat nos invita a vivir instantes donde se consagra la existencia, frenamos lo urgente y nos ocupamos de lo importante y entendemos que la vida no se trata de divertirse, reírse, estar contento, feliz, pasarla bien, “matar el tiempo” o estar alegre sino de vivir con deleite, encanto, asombro, curiosidad, bendición y consagración todo lo bueno y lo malo que la vida misma como unidad indivisible nos propone. Por eso la responsabilidad es primero liberar “al mundo entero” del problema y enfocarnos en nosotros mismos. La competencia de la Sinagoga es la Sinagoga misma. No hay otro competidor real. La respuesta tiene que emerger desde la Sinagoga que no es un edificio sino todos nosotros que somos parte de este lugar. Es mucho más simple ponerse en víctima y señalar con el dedo a la generación “selfie” o “milenial” que no se compromete porque pone al individuo y su propia necesidad espiritual personal por encima del valor comunitario. Quizás eso también contribuye como causa. Pero tenemos que ser más creativos y serios. Los milenials también se casan, tienen hijos y trabajan. Están ocupados por algo más que ellos mismos. Aquí nadie es culpable, todos somos responsables por la Sinagoga.
Por eso lo primero que debemos dejar de hacer de una vez por todas es reducir todos nuestros desafíos a números y dinero. Cuando las sinagogas enfrentan problemas la solución más simple y más peligrosa es acudir a ese lugar de cómoda abstracción: los números. Es lo más simple porque el número deshumaniza el problema. Lo hace cuantitativo en lugar de cualitativo. Cuando miramos números ya no nos preguntamos por lo que le sucede al alma de cada judío y cada familia judía que forma parte de la Sinagoga (desde quienes vienen una vez al año hasta el Rabino mismo pasando por todo el staff y voluntarios que sirve a la institución) sino que miramos “data” como indicadora de realidad que intenta medir algo que en el fondo es inmedible. ¿Acaso hay un número para valorar lo que la Sinagoga nos da? ¿Qué precio real tiene en nuestra alma nuestra Jupá, el Bar Mitzvah de un hijo, el estudio de Tora compartido o un entierro y shiva de un ser querido al sentirnos contenidos y acompañados por una comunidad? Las cosas más preciadas en la vida realmente no tienen valor porque lo que nos dan es infinito. ¿Qué número le pondrían al amor por la educación judía de sus hijos? Esa es la respuesta que debemos pensar al llevar a nuestros hijos a que sean nutridos de Tora, identidad y pertenencia judía en la Sinagoga. El enfocarse en los números es una solución finita. No mira el propósito infinito de la Sinagoga sino que trata de “sacarse el problema de encima” en el aquí y el ahora. Pero los judíos pensamos en zancadas de siglos y milenios, no de años, décadas ni “el aquí y ahora”.
Conozco muy bien la respuesta inmediata a lo que acabo de escribir: los números no mienten. Es cierto, debemos tomarnos los números en serio. No estoy diciendo que debemos descuidar las finanzas de la Sinagoga ni dejar de contar cuánta gente participa. Solamente debemos recordar siempre que la métrica numérica mide el ego y no el alma. Todo relato que incluye números es un relato de ego. El relato del ego quiere comunicar lo siguiente: “nosotros tenemos [x] cantidad de gente en Iom Kipur…[x] cantidad de ceremonias…[x] cantidad de familias”. Ese lenguaje no es el lenguaje del alma. Es el lenguaje del ego y del pensamiento finito. Pero la Sinagoga tiene un propósito infinito y su evaluación debe ser diferente. El infinito no tiene números y su lenguaje es del alma. El verdadero lenguaje de la Sinagoga debería comunicar lo siguiente: “nuestra gente en Iom Kipur se renueva espiritualmente porque…nuestras ceremonias logran que uno pueda conectarse con…cada una de nuestras familias transforma su vida gracias a nuestra comunidad porque…”. Si bien se han publicado libros que se especializan en ayudar a evaluar formas novedosas para la sustentabilidad del espacio tradicional más sagrado judío, debemos siempre recordar que el dinero es la gasolina de la Sinagoga y no el vehículo que transporta su propósito. Cuando uno compra un vehículo la intención no es cargarle combustible sino llegar a algún lado. El vehículo es el propósito de la Sinagoga, el dinero es el combustible que sostiene el propósito. Sin propósito que genere motivación y fe el dinero nunca aparecerá del todo. La Sinagoga entonces debe enfocarse en su propósito primero y después en su dinero. Y aquí surge la pregunta, ¿qué propósito tiene la Sinagoga?

Posible solución: El Judaísmo Relacional de Ron Wolfson

Definir el propósito de una Sinagoga es definir su orientación. En los últimos 25 años han surgido propuestas para diferentes orientaciones, es decir: ¿qué ponemos en el centro de la discusión de todo nuestro propósito como institución? Algunos han propuesto poner el foco y que todo gire en torno a una comunidad de estudio y aprendizaje, otros proponen la creatividad al frente, otros el empoderamiento para que cada judío y cada familia judía desarrolle su propio judaísmo, hay quienes ponen toda su energía en las ceremonias o tefilot (rezos) con música experimental de todo tipo, otros insisten en el carácter espiritual o meditativo, hay comunidades que ponen en su centro el diálogo interreligioso y el encuentro con hermanos de otras creencias para discutir textos y creencias con el fin de achicar la brecha de separación en la ignorancia de las instituciones religiosas, otras comunidades insisten en lo que titulan “tikun olam” como definición de pelear por la justicia social contribuyendo como minoría en la sociedades mayoritarias, muchos rabinos creen que el impacto se logrará en sus poderosas drashot (prédicas), e incluso en los últimos años se ha experimentado con todo lo que uno pueda imaginarse del misticismo, el musar (refinamiento ético moral), la cultura judía, el sionismo y la shoah como productores de resiliencia y motivación de continuidad y algunos también ponen la energía máxima en la reducción de costos. Claramente esta última idea es para mí la menos interesante y sin embargo hay muchos que siguen declarando que ser judío es muy caro. Por eso, reducir el costo de acceso a lo judío aumentaría supuestamente la posibilidad de participación. Sin embargo estoy convencido que es un atajo que oculta el verdadero desafío de buscar un propósito, motivación y fe. Es peligroso pensar la Sinagoga como un fin utilitario en tanto cuánto nos cuesta ya que debería ser imposible conseguir algo igual en otro lado haciendo su valor infinito. De todas las propuestas planteadas hay dos más que han permanecido en el centro de todas las Sinagogas como las ganadoras hasta el momento del “Synagogue Engagement”: el foco humano en las relaciones entre las personas que forman parte de la Sinagoga por un lado y el foco en Dios como centro por otro lado. Estas dos son las propuestas del profesor Ron Wolfson y el rabino Lawrence Hoffman respectivamente. Por supuesto que el reduccionismo a una sola orientación nunca será efectivo y quizás lo mejor sea una mezcla de todas estas orientaciones balanceadas. El desafío es que si todas son igual de importantes entonces cómo definimos el propósito que mueve a toda la institución y requiere mayor energía. Si alguien nos preguntara, “¿Cuál es el propósito de su Sinagoga?”, ¿Qué responderíamos? ¿Cuál de todas estas opciones elegirían como brújula y por qué? ¿Habría que elegir una de todas estas orientaciones o intentar aplicarlas todas al mismo tiempo?
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Ron Wolfson
La que más impacto ha generado hasta ahora es sin dudas la de Ron Wolfson. Su argumento en pos del “judaísmo relacional” ha sido parte del vocabulario judío durante más de una década ya: se han escrito libros, se han transformado las organizaciones, los profesionales han avanzado en el terreno y los educadores están introduciendo nuevas teorías. Sin embargo, una imagen más ampliada muestra que la mayoría de las instituciones e innovadores judíos siguen operando en un modelo programático de transacciones donde al fin de cuentas terminan por ofrecer programas, servicios, clases, conferencias y experiencias para que los participantes asistan como consumidores de judaísmo sin entender que eso no garantiza mayor compromiso ni motivación, propósito ni fe. Como resultado, el éxito se mide por la participación o la satisfacción, y la experiencia finaliza cuando termina. Así no se logra el objetivo deseado. Se gastan recursos y se incrementa la falta de motivación y fe.
Por eso es importante comprender que el trabajo relacional no es un “bla bla”; no se trata de hacer rompehielos con preguntas tipo “si tuvieras un super poder cuál sería o qué clase de animal serías”. No es un trabajo asignado a una persona u otro programa para administrar dentro de la Singoga. Es un enfoque sistémico para construir la conexión humana en todo lo que hacemos. Es la infraestructura judía original: el minian, la jevruta, el shtetl, la tribu. Se trata de definir el éxito de manera diferente, crear experiencias intencionales donde puedan ocurrir auténticos encuentros judíos y profundizar con el tiempo, y equipar a las organizaciones y personas con los recursos para construir relaciones, comunidades y culturas de pertenencia. Si uno cree que ya hace estas cosas, el desafío es mirar un poco más de cerca y con honestidad. Si bien nuestros espacios judíos pueden ser cálidos y acogedores para uno mismo, ¿estámos viendo personalmente a todos allí (o no allí) y creando oportunidades para que todos se conecten y sientan que pertenecen? Incluso las ofertas judías más exitosas (conferencias, programas basados ​​en pares, experiencias de inmersión y pequeños grupos de aprendizaje) pueden mejorarse con un desarrollo más profundo de las relaciones antes, durante y después de la transición. Significa hacer estos cambios: pasar de dar la bienvenida y saludar a invitar y proponer traer algo propio; cambiar los rompehielos por compartir historias de almas; reuniones tradicionales a formatos participativos que conectan personas entre sí; dejar de responsabilizar a un solo profesional dedicado a la participación por entender que «es parte del trabajo de todos”.

Mi recomendación, experiencia y análisis de lo que funciona realmente: volver a poner a Dios (lo sagrado, trascendente, misterioso e inefable) en el centro

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Rabbi Lawrence Hoffman
Sin dudas uno de los mayores desafíos que enfrenta la vida institucional judía moderna es el compromiso de la sinagoga, es decir, cómo encontrar un propósito para motivar y mantener la participación en la vida de la sinagoga. La respuesta de Ron Wolfson es la recuperación de las relaciones, la comunidad que se vive cara a cara y donde se construyen relaciones profundas. Es así, no tengo dudas que está en lo cierto y estoy de acuerdo con el. Tenemos que genuinamente ocuparnos y preocuparnos los unos por los otros desde el corazón, como verdaderos amigos, como una verdadera comunidad. Y también debemos reconocer que eso no es suficiente. Junto con las relaciones hay un factor más que no solo facilita el compromiso de la sinagoga sino que es el propósito central de la Sinagoga. Según el rabino Lawrence Hoffman, el futuro de la sinagoga depende de que sea un lugar donde tengamos una experiencia espiritual transformadora que no podemos encontrar en ningún otro lado y de ninguna otra forma igual. Para hacerse amigos no hace falta una Sinagoga. Un club o un grupo deportivo puede ser más exitoso para eso y requerir menos del desarrollo espiritual. Lo que falta en gran parte de la Sinagoga de hoy es volver a poner a Dios en la agenda y en el centro de todo. Cada pensamiento tiene que surgir y orbitar desde la pregunta en relación con Dios. Como dice Aryeh ben David, debemos volver a preguntarnos a cada instante “¿Cómo está tu relación personal con Dios?”
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Rabbi Aryeh ben David
Esto no significa que hay una sola forma correcta para relacionarse con Dios en una fórmula que garantiza el compromiso con la Sinagoga. Significa que cada persona necesita explorar su relación con Dios en la Sinagoga de una manera personal y auténtica. Esto no tiene que ver solamente con el nivel de observancia o denominación a la que uno pertenece. Eso emergerá de esa relación seria. Además la relación personal con Dios tiene que vibrar en comunidad. El judaísmo no es una idea, es una experiencia. Y no es solo una experiencia personal sino una experiencia comunitaria. El pueblo judío es por definición un pueblo, una experiencia grupal y no una experiencia espiritual solitaria. No se puede ser judío solo. El judaísmo es lo que hace el pueblo judío y no lo que hace un solo individuo. Por eso necesitamos que el Dios personal se convierta también en el Dios de la Sinagoga. No solo el Rabino tiene que hablar de Dios. La Sinagoga tiene que estar saturada de Dios. Y por supuesto que aquí no hablo de una personificación divina sino a una conexión con algo más grande que uno mismo y que es realmente misterioso e inexplicable. Sin Dios en el centro la Sinagoga no tiene futuro.  
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Abraham Joshua Heschel
Abraham Joshua Heschel tiene un maravilloso ensayo que describe la estrategia hacia el compromiso de la sinagoga (publicado en The Vocation of the Cantor: An Essay, American Conference of Cantors, 1977 pag. 80). Heschel escribe al comienzo: “¿Qué es lo que busca una persona que entra en una Sinagoga? Quien desea estudiar frecuenta una Biblioteca; quien desea enriquecerse en el plano estético, visita los museos de arte; aquel que ama la música, frecuenta los conciertos. Y, ¿cuál es la razón para acercarse a una sinagoga? Hay muchas oportunidades para adquirir los valores, oficios y técnicas importantes para el mundo, pero ¿a dónde ir para aprender las profundidades del espíritu? Existen muchas oportunidades para hablar en público, pero ¿dónde encontrar oportunidades para el silencio? Muchos nos enseñaron a ser elocuentes, pero ¿quién nos enseñará a callar? Ciertamente es importante desarrollar el sentido del “humorismo”, pero ¿no es aun más importante poseer el sentido del respeto a lo sagrado? ¿Dónde se puede adquirir la perenne sabiduría de la compasión? ¿Y el pánico ante la propia crueldad? ¿O el peligro de llegar a ser insensible? ¿Dónde se podrá aprender que la virtud más profunda es la contrición? Por importante y precioso que sea el desarrollo de nuestras facultades intelectuales, el cultivo de una conciencia sensible es igualmente importante. Todos corremos constantemente el riesgo de caer en las tinieblas de la vanidad. Todos participamos en la adoración del propio yo. ¿Dónde y cómo lograr hacernos sensibles a las trampas de la inteligencia, o a la comprensión de que la propia conveniencia no es la cumbre de las virtudes? Constantemente estamos necesitados de auto-purificación. Tenemos necesidad de experimentar momentos en los cuales la realidad espiritual sea tan relevante como la realidad concreta, por ejemplo la estética. Cada uno de nosotros posee el sentido de la belleza. Todos somos capaces de distinguir entre lo hermoso y lo feo. Pero tenemos que aprender a nutrir la sensibilidad de las realidades del espíritu. Y la sinagoga es el lugar en el que podemos buscar adquirir esa interioridad, esa sensibilidad. Para alcanzar un cierto grado de certeza espiritual, no podemos apoyarnos únicamente en nuestros propios recursos. Necesitamos una atmósfera en la cual la sed espiritual sea compartida por una comunidad. Tenemos necesidad de estudiantes y estudiosos, de maestros y especialistas. Pero sobre todo necesitamos de testigos, de personas comprometidas con el culto, que al menos por unos instantes se den cuenta de que la vida es insignificante si no está unida a Dios.”

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