En los últimos años importantes rabinos y académicos judíos se han
dedicado a escribir artículos y libros sobre lo que se denomina en
inglés “Synagogue Engagement”, literalmente “el compromiso con
la sinagoga”. Este término puesto así puede sonar frío o distante y sin
embargo se enfoca en una de las cosas más importantes de la experiencia y
existencia milenaria judía: como comprometer a los judíos con el lugar y
el espacio tradicional de unión más importante de los últimos 2000 años
de historia judía. El compromiso con la sinagoga significa entender la
importancia de vivir una vida judía con toda su plenitud. El propósito
de la sinagoga es hacer más significativo el día a día judío y al mismo
tiempo seguir soñando con la continuidad y prosperidad de aquello que
amamos y rezamos poder continuarlo con y en las siguientes generaciones.
Obviamente este es un tema central para el pueblo judío. Estamos
refiriéndonos al espacio en el cual la vida judía es celebrada, el
estudio sagrado es reafirmado, los valores y formas judías de vivir la
vida son transmitidos. Donde quienes entienden a otro judío vendrán a
bailar cuando haya motivos para festejar y abrazarse en silencio cuando
haya duelo y dolor que acompañar. Es el lugar donde aprendemos a
contemplar el misterio. El lugar donde nuestros hijos aprenden con
nosotros por qué ser judíos y cuidar nuestro legado. Es donde escuchamos
la música que nos emociona uniéndonos con judíos de otros tiempos y
lugares en un Kol Nidre y un Avinu Malkeinu. Es uno de
los pocos espacios que quedan donde personas de distintas edades y muy
diferentes situaciones de vida pueden sentarse a discutir un texto
ancestral, escuchar la lectura de la Tora, unirse en silencio durante Shabat, disfrazarse en Purim, bailar con la Tora en Simjat Tora, ayunar juntos en Iom Kipur.
Rezar por algo en común sin importar toda su diversidad y aprender más
sobre ellos mismos y la vida misma. Es el lugar donde se aprende a
convivir y celebrar la dignidad de la diferencia rezando y debatiendo
incluso con otros judíos que piensan diferente a uno mismo. Quizás sea
el lugar donde uno conoce el amor de su vida. Es dónde uno puede
comprender quién es, cuál es su historia, de dónde viene y hacia dónde
va su destino. Es dónde los seres más queridos de uno son recordados
cada año en su Iortzeit conmemorando su legado y la razón por
la cual uno está sentado allí escuchando y rememorando quienes lo
trajeron al mundo y preocupado porque esta historia que recibió de sus
padres y abuelos se transmita a sus hijos y nietos.
Así y todo, si es tan claro que es un tema tan importante, ¿por qué
han estado dedicándole tanto tiempo y pensamiento los líderes judíos con
tanta urgencia? La respuesta es dura de aceptar: muchas
sinagogas han estado atravesando un declive importante. Se encuentran
vacías y el dinero no es el problema sino algo mucho más grave: la
ausencia de un propósito, la falta de motivación y la pérdida de fe. Como Ron Wolfson explica en su libro Relational Judaism,
no es que el judaísmo está en crisis sino que las instituciones judías
(especialmente las sinagogas) son las que están en crisis. El judaísmo
es eterno e infinito. Las Sinagogas pueden desaparecer dentro del
espectro finito si no empiezan a pensarse a sí mismas con un significado
y propósito tan infinito como el judaísmo mismo. ¿Cómo podemos revertir
o al menos comenzar a dialogar diferente sobre este tema con el fin de
reubicar a la Sinagoga en ese espacio de propósito infinito que ha
tenido por los últimos 2000 años?
El error: confundir propósitos con medios e historias de alma por historias de ego
Al comienzo de su libro “Dios en la búsqueda del hombre” Heschel deja
en claro que si la vida religiosa judía está perdiendo fuerza frente a
otras formas de vivir la vida en la modernidad, la responsabilidad de
remediar esto tiene que surgir desde el judaísmo mismo. Si el judaísmo
es parte del problema entonces debe ser parte de la solución. Si los
judíos optan por pasar un Viernes comiendo sushi en casa y viendo
Netflix en lugar de rezar en comunidad y compartir una mesa de Shabat no podemos enojarnos con el chef del restaurant japonés ni culpar a Netflix de ser más entretenido que Shabat. Al fin de cuentas, Shabat y la Sinagoga tienen que recuperar su sentido profundo. Pero es muy importante entender que ni la sinagoga ni el Shabat son formas de “entretenimiento” alternativo al sushi y Netflix. No son competidores reales. La Sinagoga es el espacio para vivir momentos sagrados y compartir kedusha (santidad). En la Sinagoga, Shabat
nos invita a vivir instantes donde se consagra la existencia, frenamos
lo urgente y nos ocupamos de lo importante y entendemos que la vida no
se trata de divertirse, reírse, estar contento, feliz, pasarla bien,
“matar el tiempo” o estar alegre sino de vivir con deleite, encanto,
asombro, curiosidad, bendición y consagración todo lo bueno y lo malo
que la vida misma como unidad indivisible nos propone. Por eso la
responsabilidad es primero liberar “al mundo entero” del problema y
enfocarnos en nosotros mismos. La competencia de la Sinagoga es la Sinagoga misma. No hay otro competidor real. La respuesta tiene que emerger desde la Sinagoga queno es un edificio sino todos nosotros que somos parte de este lugar.
Es mucho más simple ponerse en víctima y señalar con el dedo a la
generación “selfie” o “milenial” que no se compromete porque pone al
individuo y su propia necesidad espiritual personal por encima del valor
comunitario. Quizás eso también contribuye como causa. Pero tenemos que
ser más creativos y serios. Los milenials también se casan, tienen
hijos y trabajan. Están ocupados por algo más que ellos mismos. Aquí nadie es culpable, todos somos responsables por la Sinagoga.
Por eso lo primero que debemos dejar de hacer de una vez por todas es reducir todos nuestros desafíos a números y dinero.
Cuando las sinagogas enfrentan problemas la solución más simple y más
peligrosa es acudir a ese lugar de cómoda abstracción: los números. Es
lo más simple porque el número deshumaniza el problema. Lo hace
cuantitativo en lugar de cualitativo. Cuando miramos números ya no nos
preguntamos por lo que le sucede al alma de cada judío y cada familia
judía que forma parte de la Sinagoga (desde quienes vienen una vez al
año hasta el Rabino mismo pasando por todo el staff y voluntarios que
sirve a la institución) sino que miramos “data” como indicadora de
realidad que intenta medir algo que en el fondo es inmedible. ¿Acaso
hay un número para valorar lo que la Sinagoga nos da? ¿Qué precio real
tiene en nuestra alma nuestra Jupá, el Bar Mitzvah de un hijo, el
estudio de Tora compartido o un entierro y shiva de un ser querido al
sentirnos contenidos y acompañados por una comunidad? Las cosas
más preciadas en la vida realmente no tienen valor porque lo que nos
dan es infinito. ¿Qué número le pondrían al amor por la educación judía
de sus hijos? Esa es la respuesta que debemos pensar al llevar a
nuestros hijos a que sean nutridos de Tora, identidad y pertenencia
judía en la Sinagoga. El enfocarse en los números es una solución
finita. No mira el propósito infinito de la Sinagoga sino que trata de
“sacarse el problema de encima” en el aquí y el ahora. Pero los judíos
pensamos en zancadas de siglos y milenios, no de años, décadas ni “el
aquí y ahora”.
Conozco muy bien la respuesta inmediata a lo que acabo de escribir:
los números no mienten. Es cierto, debemos tomarnos los números en
serio. No estoy diciendo que debemos descuidar las finanzas de la
Sinagoga ni dejar de contar cuánta gente participa. Solamente debemos
recordar siempre que la métrica numérica mide el ego y no el alma. Todo relato que incluye números es un relato de ego.
El relato del ego quiere comunicar lo siguiente: “nosotros tenemos [x]
cantidad de gente en Iom Kipur…[x] cantidad de ceremonias…[x] cantidad
de familias”. Ese lenguaje no es el lenguaje del alma. Es el lenguaje
del ego y del pensamiento finito. Pero la Sinagoga tiene un propósito
infinito y su evaluación debe ser diferente. El infinito no tiene
números y su lenguaje es del alma. El verdadero lenguaje de la Sinagoga
debería comunicar lo siguiente: “nuestra gente en Iom Kipur se renueva
espiritualmente porque…nuestras ceremonias logran que uno pueda
conectarse con…cada una de nuestras familias transforma su vida gracias a
nuestra comunidad porque…”. Si bien se han publicado libros que se
especializan en ayudar a evaluar formas novedosas para la
sustentabilidad del espacio tradicional más sagrado judío, debemos
siempre recordar que el dinero es la gasolina de la Sinagoga y no el vehículo que transporta su propósito.
Cuando uno compra un vehículo la intención no es cargarle combustible
sino llegar a algún lado. El vehículo es el propósito de la Sinagoga, el
dinero es el combustible que sostiene el propósito. Sin
propósito que genere motivación y fe el dinero nunca aparecerá del todo.
La Sinagoga entonces debe enfocarse en su propósito primero y después
en su dinero. Y aquí surge la pregunta, ¿qué propósito tiene la
Sinagoga?
Posible solución: El Judaísmo Relacional de Ron Wolfson
Definir el propósito de una Sinagoga es definir su orientación. En
los últimos 25 años han surgido propuestas para diferentes
orientaciones, es decir: ¿qué ponemos en el centro de la discusión de
todo nuestro propósito como institución? Algunos han propuesto poner el
foco y que todo gire en torno a una comunidad de estudio y aprendizaje,
otros proponen la creatividad al frente, otros el empoderamiento para
que cada judío y cada familia judía desarrolle su propio judaísmo, hay
quienes ponen toda su energía en las ceremonias o tefilot
(rezos) con música experimental de todo tipo, otros insisten en el
carácter espiritual o meditativo, hay comunidades que ponen en su centro
el diálogo interreligioso y el encuentro con hermanos de otras
creencias para discutir textos y creencias con el fin de achicar la
brecha de separación en la ignorancia de las instituciones religiosas,
otras comunidades insisten en lo que titulan “tikun olam” como
definición de pelear por la justicia social contribuyendo como minoría
en la sociedades mayoritarias, muchos rabinos creen que el impacto se
logrará en sus poderosas drashot (prédicas), e incluso en los últimos años se ha experimentado con todo lo que uno pueda imaginarse del misticismo, el musar (refinamiento ético moral), la cultura judía, el sionismo y la shoah
como productores de resiliencia y motivación de continuidad y algunos
también ponen la energía máxima en la reducción de costos. Claramente
esta última idea es para mí la menos interesante y sin embargo hay
muchos que siguen declarando que ser judío es muy caro. Por eso, reducir
el costo de acceso a lo judío aumentaría supuestamente la posibilidad
de participación. Sin embargo estoy convencido que es un atajo que
oculta el verdadero desafío de buscar un propósito, motivación y fe. Es
peligroso pensar la Sinagoga como un fin utilitario en tanto cuánto nos
cuesta ya que debería ser imposible conseguir algo igual en otro lado
haciendo su valor infinito. De todas las propuestas planteadas
hay dos más que han permanecido en el centro de todas las Sinagogas como
las ganadoras hasta el momento del “Synagogue Engagement”: el
foco humano en las relaciones entre las personas que forman parte de la
Sinagoga por un lado y el foco en Dios como centro por otro lado. Estas dos son las propuestas del profesor Ron Wolfson
y el rabino Lawrence Hoffman respectivamente. Por supuesto que el
reduccionismo a una sola orientación nunca será efectivo y quizás lo
mejor sea una mezcla de todas estas orientaciones balanceadas. El
desafío es que si todas son igual de importantes entonces cómo definimos
el propósito que mueve a toda la institución y requiere mayor energía.
Si alguien nos preguntara, “¿Cuál es el propósito de su Sinagoga?”, ¿Qué
responderíamos? ¿Cuál de todas estas opciones elegirían como brújula y
por qué? ¿Habría que elegir una de todas estas orientaciones o intentar
aplicarlas todas al mismo tiempo?
image: http://www.jewishledger.com/wp-content/uploads/2014/02/Ron-Wolfson-2-300x450.jpg Ron Wolfson
La que más impacto ha generado hasta ahora es sin dudas la de Ron
Wolfson. Su argumento en pos del “judaísmo relacional” ha sido parte del
vocabulario judío durante más de una década ya: se han escrito libros,
se han transformado las organizaciones, los profesionales han avanzado
en el terreno y los educadores están introduciendo nuevas teorías. Sin
embargo, una imagen más ampliada muestra que la mayoría de las
instituciones e innovadores judíos siguen operando en un modelo
programático de transacciones donde al fin de cuentas terminan por
ofrecer programas, servicios, clases, conferencias y experiencias para
que los participantes asistan como consumidores de judaísmo sin entender
que eso no garantiza mayor compromiso ni motivación, propósito ni fe.
Como resultado, el éxito se mide por la participación o la
satisfacción, y la experiencia finaliza cuando termina. Así no se logra
el objetivo deseado. Se gastan recursos y se incrementa la falta de
motivación y fe.
Por eso es importante comprender que el trabajo relacional no es un
“bla bla”; no se trata de hacer rompehielos con preguntas tipo “si
tuvieras un super poder cuál sería o qué clase de animal serías”. No es
un trabajo asignado a una persona u otro programa para administrar
dentro de la Singoga. Es un enfoque sistémico para construir la conexión humana en todo lo que hacemos. Es la infraestructura judía original: el minian, la jevruta, el shtetl,
la tribu. Se trata de definir el éxito de manera diferente, crear
experiencias intencionales donde puedan ocurrir auténticos encuentros
judíos y profundizar con el tiempo, y equipar a las organizaciones y
personas con los recursos para construir relaciones, comunidades y
culturas de pertenencia. Si uno cree que ya hace estas cosas, el desafío
es mirar un poco más de cerca y con honestidad. Si bien nuestros
espacios judíos pueden ser cálidos y acogedores para uno mismo, ¿estámos
viendo personalmente a todos allí (o no allí) y creando oportunidades
para que todos se conecten y sientan que pertenecen? Incluso las ofertas
judías más exitosas (conferencias, programas basados en pares,
experiencias de inmersión y pequeños grupos de aprendizaje) pueden
mejorarse con un desarrollo más profundo de las relaciones antes,
durante y después de la transición. Significa hacer estos
cambios: pasar de dar la bienvenida y saludar a invitar y proponer traer
algo propio; cambiar los rompehielos por compartir historias de almas;
reuniones tradicionales a formatos participativos que conectan personas
entre sí; dejar de responsabilizar a un solo profesional dedicado a la
participación por entender que «es parte del trabajo de todos”.
Mi recomendación, experiencia y análisis de lo que funciona
realmente: volver a poner a Dios (lo sagrado, trascendente, misterioso e
inefable) en el centro
image: http://huc.edu/sites/default/files/styles/people_profile/public/people/rabbi-lawrence-a-hoffman-phd.jpg?itok=vCDWiSVF Rabbi Lawrence Hoffman
Sin dudas uno de los mayores desafíos que enfrenta la vida
institucional judía moderna es el compromiso de la sinagoga, es decir,
cómo encontrar un propósito para motivar y mantener la participación en
la vida de la sinagoga. La respuesta de Ron Wolfson es la recuperación
de las relaciones, la comunidad que se vive cara a cara y donde se
construyen relaciones profundas. Es así, no tengo dudas que está en lo
cierto y estoy de acuerdo con el. Tenemos que genuinamente ocuparnos y
preocuparnos los unos por los otros desde el corazón, como verdaderos
amigos, como una verdadera comunidad. Y también debemos reconocer que
eso no es suficiente. Junto con las relaciones hay un factor más que no
solo facilita el compromiso de la sinagoga sino que es el propósito
central de la Sinagoga. Según el rabino Lawrence Hoffman, el
futuro de la sinagoga depende de que sea un lugar donde tengamos una
experiencia espiritual transformadora que no podemos encontrar en ningún
otro lado y de ninguna otra forma igual. Para hacerse amigos
no hace falta una Sinagoga. Un club o un grupo deportivo puede ser más
exitoso para eso y requerir menos del desarrollo espiritual. Lo
que falta en gran parte de la Sinagoga de hoy es volver a poner a Dios
en la agenda y en el centro de todo. Cada pensamiento tiene que surgir y
orbitar desde la pregunta en relación con Dios. Como dice Aryeh ben David, debemos volver a preguntarnos a cada instante “¿Cómo está tu relación personal con Dios?”
image: https://static.timesofisrael.com/blogs/uploads/users/Aryeh-Ben-David-1530952029-200x200.jpg Rabbi Aryeh ben David
Esto no significa que hay una sola forma correcta para relacionarse
con Dios en una fórmula que garantiza el compromiso con la Sinagoga.
Significa que cada persona necesita explorar su relación con Dios en la
Sinagoga de una manera personal y auténtica. Esto no tiene que ver
solamente con el nivel de observancia o denominación a la que uno
pertenece. Eso emergerá de esa relación seria. Además la relación
personal con Dios tiene que vibrar en comunidad. El judaísmo no es una idea, es una experiencia.
Y no es solo una experiencia personal sino una experiencia comunitaria.
El pueblo judío es por definición un pueblo, una experiencia grupal y
no una experiencia espiritual solitaria. No se puede ser judío solo. El
judaísmo es lo que hace el pueblo judío y no lo que hace un solo
individuo. Por eso necesitamos que el Dios personal se convierta también
en el Dios de la Sinagoga. No solo el Rabino tiene que hablar de Dios.
La Sinagoga tiene que estar saturada de Dios. Y por supuesto que aquí no
hablo de una personificación divina sino a una conexión con algo más
grande que uno mismo y que es realmente misterioso e inexplicable. Sin
Dios en el centro la Sinagoga no tiene futuro.
image: http://thejdc.convio.net/images/content/pagebuilder/lr-heschel.jpg Abraham Joshua Heschel
Abraham Joshua Heschel tiene un maravilloso ensayo que describe la
estrategia hacia el compromiso de la sinagoga (publicado en The Vocation
of the Cantor: An Essay, American Conference of Cantors, 1977 pag. 80).
Heschel escribe al comienzo: “¿Qué es lo que busca una persona que
entra en una Sinagoga? Quien desea estudiar frecuenta una Biblioteca;
quien desea enriquecerse en el plano estético, visita los museos de
arte; aquel que ama la música, frecuenta los conciertos. Y, ¿cuál es la
razón para acercarse a una sinagoga? Hay muchas oportunidades para
adquirir los valores, oficios y técnicas importantes para el mundo, pero
¿a dónde ir para aprender las profundidades del espíritu? Existen
muchas oportunidades para hablar en público, pero ¿dónde encontrar
oportunidades para el silencio? Muchos nos enseñaron a ser elocuentes,
pero ¿quién nos enseñará a callar? Ciertamente es importante desarrollar
el sentido del “humorismo”, pero ¿no es aun más importante poseer el
sentido del respeto a lo sagrado? ¿Dónde se puede adquirir la perenne
sabiduría de la compasión? ¿Y el pánico ante la propia crueldad? ¿O el
peligro de llegar a ser insensible? ¿Dónde se podrá aprender que la
virtud más profunda es la contrición? Por importante y precioso que sea
el desarrollo de nuestras facultades intelectuales, el cultivo de una
conciencia sensible es igualmente importante. Todos corremos
constantemente el riesgo de caer en las tinieblas de la vanidad. Todos
participamos en la adoración del propio yo. ¿Dónde y cómo lograr
hacernos sensibles a las trampas de la inteligencia, o a la comprensión
de que la propia conveniencia no es la cumbre de las virtudes?
Constantemente estamos necesitados de auto-purificación. Tenemos
necesidad de experimentar momentos en los cuales la realidad espiritual
sea tan relevante como la realidad concreta, por ejemplo la estética.
Cada uno de nosotros posee el sentido de la belleza. Todos somos capaces
de distinguir entre lo hermoso y lo feo. Pero tenemos que aprender a
nutrir la sensibilidad de las realidades del espíritu. Y la sinagoga es
el lugar en el que podemos buscar adquirir esa interioridad, esa
sensibilidad. Para alcanzar un cierto grado de certeza espiritual, no
podemos apoyarnos únicamente en nuestros propios recursos. Necesitamos
una atmósfera en la cual la sed espiritual sea compartida por una
comunidad. Tenemos necesidad de estudiantes y estudiosos, de maestros y
especialistas. Pero sobre todo necesitamos de testigos, de personas
comprometidas con el culto, que al menos por unos instantes se den
cuenta de que la vida es insignificante si no está unida a Dios.”
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